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La casa de la infancia, la niña que se detiene a contemplar retratos que la miran con ojos ya enterrados y sigue dialogando con fantasmas, la mujer que evoca las apariencias de un amor transmutado en la amarga metáfora de un naufragio, y sobre todo, la devastación del tiempo -ese gran devorador-, los infortunios, las azoradas certezas, la ceniza de dolorosos recuerdos, son presencias o experiencias transmitidas a través de un lenguaje riguroso y estremecido, con el que construye un mundo verbal propio.
La poeta escribe menos desde la literatura (aunque aparezcan algunas referencias explícitas) que desde una exigencia visceral, por momentos desgarrada. Su poesía gira desveladamente alrededor de un drama que parece buscar su catarsis, y lo hace con un acento de insoslayable autenticidad. La tensión espiritual, el contenido desborde emotivo y una atmósfera melancólica impregnan, asimismo, los poemas de la última parte -"Ausencias"- en los que se acentúa a la perplejidad de la autora ante las eternas preguntas sin respuestas, las pasiones humanas destinadas al olvido, las nostalgias arrasadas como hojas barridas por el viento, la vida que se consume a sí misma. Porque como la autora reflexiona en el poema XV de la primera parte: "Perder es un arte difícil".
La alquimia verbal de Patricia Venti transforma lo cotidiano en trascendente. Su estilo mantiene una impronta de transparencia y profundidad, de austeridad y al mismo tiempo de ternura, de delicadeza e intensidad expresivas. La búsqueda -o el hallazgo- de un lenguaje que desnude el íntimo conocimiento, la honda experiencia subjetiva, se resuelve en la felicidad de una escritura con definido perfil personal en el panorama de la poesía hispanoamericana contemporánea.
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