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Patricia Venti, poeta de la imagen y la palabra, comenzó a escribir desde la adolescencia. Esos años febriles llenos de pasión y aprendizaje los reunió en un pequeño libro llamado "Cierta historia de amor". Y como cada amor posee su propia historia (lo que no significa, forzosamente, que tenga que ser una historia individual, única e incomparable) estos poemas tienen un principio y un fin y un transcurrir de un proceso con momentos de elevación y retroceso. Son los amantes quienes comienzan el proceso amoroso, pero la historia está ya programada por el código. El proceso amoroso consigue gracias a esta historia la determinación de su propia duración en el tiempo y así, tanto el principio como el final, adquieren su característica particular, pero atípica, del amor. Se conoce el código y por decirlo así, se ama ya antes de haberse enamorado. La operación narrativa transforma una experiencia espiritual en una historia de amor. Esta historia es la historia de las palabras, de las imágenes, de las menudencias del mito o de una leyenda personal.
De esta manera, la poesía de Patricia Venti llega como latidos que, al expandirse, atraviesan las paredes. Y poco puede hacerse para desgajarte de ellos una vez que te alcanzan: cuando un golpe de vida te toca el timbre y te aborda con sus latidos, abres, o te quedas dormido entre la bruma de la incertidumbre, y pierdes. Su libro Hasta que nos trague el olvido (2006) nos habla de la perdida, la infancia, el amor. "Perder es un arte difícil" nos dice la poeta porque abrirse a la pérdida, excavarla y tragarla es ahuyentar la tierra fértil. Pero yo, lectora hipnotizada de Venti, me acerco a sus versos de perdición y de miedo, hielo y ausencia, desde donde la tranquilidad y la abortada dulzura van supurando ogros. Si te aproximas al precipicio, la herida te trepa, y te repites, con ella, con la poeta, que susurra a tu lado: "Ya se sabe, renacer es laboriosamente amargo". Por la herida, ella y yo, y tú que también la lees, bebemos un licor tan generador de intensidades como vigorizante de vivencias ajadas.
Y allí, en el momento de los estallidos, cuando arrastrarse por la tortura de la cortedad del ser no es más que vernos desde un territorio que desconocemos, las palabras de Patricia Venti actúan en sustancias pacificadoras. Entonces el padre, la madre, la infancia, la gangrena, el odio-amor a lo que amé, a lo que amaste, revientan y los astros copulan con el cielo negro. Los cobardes matan sus recuerdos / frente al paredón. (Chants pour Van Gogh, 2009), este autoepígrafe, no en vano es la punta del iceberg intertextual que nos acecha y conduce al placer poético.
Así pues, toda la poesía ventiana se debate entre el dualismo amor/muerte y nos sugiere un espacio, como una amenaza de eternidad. Su palabra se entreteje con el dolor y el silencio, pero su escritura no calla, sino que recomienza una y otra vez esa lucha de la historia de las palabras. La voz poética de Patricia es una comunicación profunda con el otro, es el diálogo con lo autobiográfico, es decir, las huellas perdidas de la memoria.
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